Aquí os dejamos el discurso que dio
nuestro compañero Javier López Fonseca en el acto de graduación de los alumnos
de bachillerato y ciclos formativos, el pasado lunes 26.
Para los que no asistieron al
acto, y para los que ya lo escucharon pero quieran volverlo a leer.
¡Esperamos que os guste tanto
como a nosotros!
Francisco Javier López Fonseca
Alumnas y alumnos, madres y
padres, compañeras y compañeros, autoridades y...autoridades
Antes de nada, agradecer a todos
vuestra asistencia, y especialmente a los alumnos, a los míos porque, si habéis
aprendido de mí la mitad de lo que yo he aprendido de vosotros, me sentiré
recompensado; y a los que no habéis sido mis alumnos, me atrevo a decir lo
mismo en nombre de vuestros profesores .
Hace un tiempo me llamó Ramón a
su despacho. Esto puede suceder por tres razones:
a) Tú has liado algo.
b) Él te va a liar para algo.
c) Otros motivos.
En este caso, corresponde con la
segunda opción. Me propuso hablar en este acto... que si yo os conocía desde
hace años... que si últimamente os acompaño a selectividad... Mi hemisferio
derecho escuchaba atentamente, mientras el izquierdo valoraba, a toda
velocidad, la conveniencia o no de aceptar, y en caso de que no, de cómo poder
escaquearme... (esto de pensar con los dos hemisferios independientemente,
mientras ponemos “cara de póker”, es una habilidad que os conviene entrenar
para salir de muchas situaciones comprometidas). Ahí seguíamos, hasta que
expuso un argumento definitivo: “Tú, como profesor de Filosofía, les puedes dar
unos consejos a estos chicos para estos tiempos que corren”. Una consideración
de este tipo hacia la Filosofía, en estos tiempos que corren, muestra la altura
intelectual de Ramón, frente al enanismo del ministro de educación, señor Wert,
que con su ley torticera, retrógrada, cicatera y clasista, infravalora su
utilidad y dificultará a los futuros alumnos de Ciencias cursar la asignatura
en 2º de Bachillerato. Considerar que la Filosofía es sólo para los de Letras,
y que no es necesaria para los futuros científicos, supone, o ignorar su papel
en la historia, o tener intenciones aviesas. En cualquiera de los dos casos,
señor Wert, está usted en un puesto que no le corresponde; si no la considera
necesaria, señor Wert, atrévase a eliminarla; y si la considera necesaria, ¿por
qué no para todos?
Siento este alegato interesado y
parcialista en este acto tan emotivo y familiar, pero, como se dice
vulgarmente... “lo tenía a huevo”...
Así que aquí me tenéis, siguiendo
la propuesta de Ramón, dispuesto a presentaros, desde la Filosofía, unos
principios para triunfar en estos tiempos que corren y que os pueden ser útiles
a todos, tanto a los de bachillerato como a los de ciclos porque todos salís al
mercado laboral. Son sólo tres y fáciles, para que podáis llevarlos siempre con
vosotros, sin necesidad de usar ningún dispositivo de memoria externa.
En primer lugar, el PRINCIPIO DE LA SABIA IGNORANCIA:
“pensar es malo”. Tener ideas es peligroso, para uno mismo y para los demás.
Pensar es cansado y sólo provoca más dudas de las que se tenían antes. Pensar
es inútil. Si algo funciona, no te molestes en mejorarlo. ¡Que inventen ellos!.
Es mejor parecer tonto que serlo. Además, siempre va a aparecer uno que se cree
más listo que tú y que sabe hacer las cosas mejor que tú. ¡Relájate y disfruta!
No te piques, porque al final acabaréis trabajando el doble los dos. ¡Si es tan
bueno, que trabaje él! Tú tranquilo en tu sillón.
En segundo lugar, el PRINCIPIO DE COOPERACIÓN INDIVIDUALISTA:
“El que tenga una idea, que la ejecute”. Hay mucho que hacer, muchas cosas que
cambiar y mejorar. ¡Hay que trabajar... pero sólo lo justo! Os encontraréis
muchas veces con personas que manifiestan ideas, pero no hacen nada para
llevarlas a cabo. ¡Escapad de ellos! Son fáciles de reconocer: siempre
comienzan sus propuestas con subjuntivos indefinidos del tipo: “Se podría hacer...”,
“habría que cambiar...”, o con subjuntivos plurales: “Deberíamos hacer...”, “podríamos
cambiar...”. ¡Ojo! A final, acabáis haciendo su trabajo vosotros.
Estos dos principios pueden
parecer, a primera vista, contradictorios; sin embargo, se unen bajo el
conocido “principio de incompetencia de Peter”, formulado por Laurence J. Peter
en 1969, y que dice: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta
su nivel máximo de incompetencia”. De éste principio, extrajo dos corolarios:
a) con el tiempo, todo puesto tiende a ser
ocupado por un empleado que es incompetente
para desempeñar sus obligaciones.
b) el trabajo es realizado por aquellos
empleados que no han alcanzado todavía su nivel de incompetencia.
Así, cuando estéis en la parte
baja de la jerarquía, aplicad el principio de la “cooperación individualista”:
no hagáis el trabajo de otro; cuando estéis en la parte alta de la jerarquía,
aplicad el principio de la “sabia ignorancia”: que trabajen otros. O en su
versión más canalla: “aprovéchate de tus padres hasta que puedas aprovecharte
de tus hijos”.
Estos dos principios se resumen
en un tercero, el PRINCIPIO DE
MEDIOCRIDAD SUBLIME (o como le gustaba llamarlo a los romanos: el “aurea
mediocritas”: “Nunca seas ni el primero ni el último”: el primero, porque
siempre le dan en la frente; el último, porque siempre le dan por... ejem... el
último porque nunca gana....
Como veis, siguiendo estos
principios, yo ya he alcanzado mi nivel de incompetencia... miento, hoy he
ascendido otro peldaño, soy el padrino de la graduación, puesto para el que estoy
demostrando, como veis, mi absoluta incompetencia; sin embargo, en estos
tiempos que corren, otros siguen ascendiendo, por ejemplo... sí, ese que todos
estamos pensando... el ministro de educación, señor Wert...
Ahora podríamos preguntarnos: ¿y
qué tiene que ver todo esto con la Filosofía?
Recordemos la escuela cínica,
aquella fundada por Antístenes en el siglo IV a. C., y cuyo representante más
conocido es Diógenes de Sinope. Consideraban que la forma de vida civilizada
era un mal, y que la felicidad sólo podía alcanzarse siguiendo una vida simple
y de acorde con la naturaleza. Por eso, despreciaban la riqueza y cualquier
posesión material, más allá de lo estrictamente necesario para sobrevivir. El
hombre con menos necesidades era el hombre más libre y el más feliz. De ahí el
nombre que recibieron: cínicos, de kyon, perro, por su vida moderada, rayando
la miseria.
Cuentan aquella anécdota (aunque
no es seguro que sea cierta) en la que iba Alejandro Magno paseando, se
encontró a Diógenes metido en un tonel, y le dijo que le pidiera lo que quisiera,
que se lo concedería. A lo que contestó: “apártate, que me quitas el sol”. U
otra aquella en que le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres y
no a los filósofos, a lo que respondió: “Porque piensan que pueden llegar a ser
pobres, pero nunca llegar a ser filósofos” Sus escritos eran sátiras en las
que, con ironía, sarcasmo y burla, criticaban la corrupción de las costumbres y
los vicios de la época, con una actitud irreverente, a la que llamaban
“anaideia”.
Aquí tenéis, pues, un modesto
ejercicio de sátira cínica sobre los tiempos que corren. Y si alguien se ha
sentido ofendido, interpretad lo dicho en este sentido y sed indulgentes con
este pobre y tonto orador. Pido disculpas a todos, incluido al señor Wert,
aunque éste se defiende bastante bien con el cinismo.
Y quiero aclarar, para que no se
me malinterprete, que en ningún momento dudé en aceptar el ofrecimiento para
ser el padrino de la graduación; es para mí un gran honor estar aquí. El
planteamiento inicial era sólo parte del tono del discurso.
Para terminar tres consejos, y
ahora sí, de corazón:
— como os pediría Aristóteles, perseguid la
excelencia en todo lo que os propongáis.
— como haría Epicuro, buscad el placer, en todos
sus sentidos, pero siempre con moderación.
— y, como se despedía San Felipe Neri en
aquella entrañable serie de los 80: “Sed buenos... si podéis”.
Muchas gracias, y mucha suerte.
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